Las smart cities fomentan el interés de los gobiernos por adoptar tecnologías innovadoras y soluciones viables para frenar el cambio climático.
Cada año se conceden premios y se otorgan superlativos a las ciudades por las innovaciones y los pasos transitorios que dan para convertirse en ciudades inteligentes. Estas clasificaciones y honores contribuyen a dar forma a la idea de que las ciudades compiten entre sí.
Aunque la competencia es ciertamente saludable, es importante comprender no sólo el imperativo de las ciudades de evolucionar y aprovechar las eficiencias y mejoras en los servicios a sus ciudadanos, sino también comprender las oportunidades (y los límites) de ese crecimiento.
La presencia de un vibrante ecosistema de ciudades inteligentes proporciona un impulso muy necesario a la capacidad, o incluso a la voluntad, de un gobierno local de adoptar tecnologías emergentes, soluciones innovadoras y/o políticas progresistas que muevan la aguja hacia la consecución de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas
Las ciudades y el cambio climático
Con más de la mitad de la población mundial viviendo en centros urbanos – por primera vez en la historia de la humanidad – las ciudades tienen un papel fundamental en la lucha mundial contra el cambio climático. En la reunión de Cop26 del año pasado fuimos testigos de la creciente influencia y voz de las ciudades de todo el mundo. Los 10 Principios Rectores publicados por SmartCitiesWorld, son una clara representación del tremendo impacto que pueden tener las ciudades para ayudar a alcanzar los objetivos colectivos de las naciones participantes. Y aunque se hicieron muchas promesas entre los líderes nacionales, los resultados tangibles son mucho menos impresionantes hasta la fecha.
Existe un entendimiento común de que la Agenda 2030 de las Naciones Unidas está muy desviada, y algunos expertos proyectan que los objetivos de 2030 podrían no alcanzarse hasta 2098 siguiendo la trayectoria actual.
En Leading Cities, se ha comprobado, en innumerables conversaciones con funcionarios municipales, que existen verdaderos obstáculos a la innovación. Estas barreras pueden cambiar de una ciudad a otra, de un país a otro o incluso de un continente a otro.
Agilidad de las smart cities
Van desde los procesos de contratación pública que hacen casi imposible que las nuevas empresas, o incluso las pequeñas, trabajen eficazmente con los gobiernos locales, hasta las limitaciones presupuestarias determinadas por la visión (o la falta de ella) de los funcionarios públicos. En la mayoría de estas situaciones hay elementos comunes, pero también matices y diferencias muy específicas, determinadas por la cultura, las políticas y los precedentes.
El único factor que parece ser consistente a través de todas las fronteras es el elemento humano en la toma de decisiones y, en particular, la aceptación del riesgo, que influye en la agilidad de una comunidad y su capacidad de innovación más que cualquier otro factor.
Lo que todas esas conversaciones nos hicieron comprender fue el hecho de que la decisión de innovar, de hacer algo de forma diferente a como se había hecho durante años, décadas o incluso siglos, se reduce a la voluntad de una sola persona o de un pequeño grupo de personas con capacidad, o no, para arriesgarse a hacer las cosas de forma diferente.
Por un lado está la promesa de un mejor gobierno, de mejores servicios, de ahorro de costes, de reducción de las emisiones de carbono, etc., pero por otro lado está el riesgo percibido de fracaso, de vergüenza y, en última instancia, la amenaza potencial de perder el sustento por arriesgarse a un proyecto fallido. Hemos escuchado repetidamente que existe un fuerte deseo de innovar, pero también faltan dos ingredientes críticos: el conocimiento de estas soluciones innovadoras y la confianza en la capacidad de elegir la correcta.