Artículo de opinión de David Fernández, director de Desarrollo de Negocio de Inbenta
El auge de la Inteligencia Artificial y de sus posibilidades ha despertado también una gran ola de desconfianza en todo el mundo. A muchas personas les inquieta, e incluso la temen, pues ven en ella una amenaza para sus puestos de trabajo. Este hecho hace que todas las miradas se dirijan a las empresas, expectantes de cuáles serán sus próximos movimientos para integrarla en sus negocios. La IA, sin embargo, no debe verse como una destructora de empleo, todo lo contrario, ha de entenderse como una potencial generadora de este.
El 27 de junio de 1967, el comediante británico Red Varney fue el primero en retirar dinero del banco utilizando un cajero automático. Hasta entonces, si una persona necesitaba efectivo, tenía que ir a una sucursal en horario de oficina para que le atendiese una persona física. Su aparición provocó múltiples críticas ya que muchos afirmaban que supondría la destrucción de millones de puestos de trabajo en todo el mundo.
No solo no lo hizo sino que, de hecho, aumentaron. Hacia 1985, había alrededor 485.000 cajeros físicos en Estados Unidos; en 2014, el número había crecido hasta los 520.500 según Bureau of Labor Statistics. Mientras que estos eliminaron la necesidad de que los humanos llevasen a cabo algunas de las tareas más repetitivas, se redujeron los costes operativos para los bancos gracias al autoservicio. Esto propició una ola de nuevas aperturas por todo el país como respuesta. Además, los cajeros automáticos permitieron a los empleados concentrarse en otras tareas, como en mejorar el servicio al cliente para mejorar la satisfacción del mismo.
Ahora, hay una nueva era en el horizonte con el auge de la Inteligencia Artificial y tal y como paso en su momento con los cajeros automáticos, en cuanto el mercado se ajuste al nuevo entorno laboral, la IA será aclamada como generadora de empleo. La clave estará y está en el tipo de empleo, no en el número.
Muchas profesiones sí que irán desapareciendo poco a poco con los años, tal y como ha pasado a lo largo de la historia. Pero mientras estas figuras quedan atrás, surgirán otras gracias, precisamente, a la tecnología. Desarrolladores de aplicaciones móviles, ingenieros de software, community managers o arquitectos, analistas y desarrolladores de almacenes de datos son sólo algunos ejemplos de profesiones que ya existen y, de hecho, están en alza. Según el Foro Económico Mundial, el 65% de los niños que estudian Primaria trabajarán en empleos que no existen ahora y es que solo el Internet de las Cosas demandará 4,5 millones de expertos en unos años.
En cualquier caso, una cosa es clara al tiempo que la IA se va introduciendo en nuestras vidas y es que el papel del ser humano es y será fundamental. Un informe de la Casa Blanca de 2016 recogía el ejemplo de un estudio reciente que comparaba la habilidad del ser humano de detectar el cáncer en imágenes de ganglios linfáticos con y sin recurrir a la IA. El humano tenía un ratio de error del 7,5% donde la IA tenía el 3,5%, pero si ambos trabajaban, el porcentaje descendía al 0,5%. La tecnología trae consigo la extraordinaria capacidad de analizar millones de datos, pero todavía se necesitan humanos que aporten la creatividad y la inteligencia emocional necesaria para asegurar los mejores resultados.
Hemos de ver la maravillosa oportunidad que se presenta ante nuestros ojos. Abrazando el cambio y formando a los trabajadores del mañana construiremos un futuro mejor para todos. Los economistas coinciden en que los avances significativos en automatización han supuesto un aumento notable en nuestra calidad de vida. Por lo tanto, no hay razón para pensar que la revolución impulsada por la Inteligencia Artificial no hará lo mismo.