La tecnología está siendo una de las principales herramientas por las que están apostando tanto autoridades gubernamentales, como individuos y empresas para hacer frente a los retos que plantea el Coronavirus. Desde aplicaciones móviles para detectar posibles contagios y establecer protocolos de actuación en caso de desarrollar sintomatología, hasta la generalización del trabajo remoto o el auge del comercio electrónico; la presencia de estos sistemas telemáticos está cada vez más extendida y tiene un papel cada vez más destacado tanto en esferas como la económica y social, como en las de seguridad y salud pública.
Otro de los grandes protagonistas tecnológicos en la lucha contra el virus y también en la nueva normalidad es, ha sido, y será el big data. Este conjunto de información capaz de responder a todo tipo de preguntas, evitar o reducir riesgos y crear nuevas oportunidades en innumerables ámbitos está, desde hace tiempo, llamado a ser uno de los valores esenciales en el futuro próximo. Es una de las principales razones por las cuales empresas como Google, Facebook, o Whatsapp, u otros servicios digitales, a priori gratuitos y con gran cantidad de usuarios, tienen la influencia, el poder —y ahora también el valor económico— que tienen.
En cuanto a la labor del big data en la pandemia, a muchos nos suenan ya algunas de las aplicaciones basadas en esta tecnología que se han venido desarrollando para rastrear casos sospechosos de Coronavirus en países como China, Singapur o Corea del Sur. Aunque en las sociedades orientales el tratamiento masivo de datos sea una situación bastante normalizada que no provoca el debate ni genera la polémica que surge en la cultura occidental por temas de privacidad, esos países asiáticos no son los únicos que están obteniendo datos de la ciudadanía través de fuentes como las grandes operadoras de telefonía, las agencias de salud y transporte o determinadas empresas estatales. Tanto la Unión Europea como muchos de los países que la componen han echado mano de algunas de estas técnicas para atajar una situación que parecía descontrolada. Lo mismo está ocurriendo en países latinoamericanos como Colombia, en Australia, y en muchas otras regiones del globo.
Esto se explica aduciendo a algunos de los logros que ha logrado esta tecnología, que ponen de manifiesto la eficacia de sus técnicas a la hora de prever acontecimientos futuros como la intensidad o la expansión de un virus. Una aplicación de big data canadiense, por ejemplo, llegó a prevenir el brote de COVID19 originado en China a comienzos de año, varios días antes incluso que la Organización Mundial de la Salud.
No son las únicas aplicaciones productivas que se están dando a la ciencia de datos durante este inusual periodo. El cambio de entorno económico y comercial ha obligado a numerosas empresas a cambiar sus modelos de negocio y sus formas de producir. Esta nueva ciencia permite tener un control mucho más preciso de los procesos, ayudando a mejorar las técnicas y aportando nuevos filos por los que desarrollar el negocio y generar ventajas competitivas.
Por otra parte, a pesar de todas sus posibilidades, un uso incorrecto de los datos puede desembocar en vulneraciones a la privacidad muy graves. Esta es una de las problemáticas más candentes (especialmente a raíz de la pandemia) que giran alrededor del uso del big data, especialmente, como decíamos, en occidente. El temor a un estado controlador y autoritario con capacidad de conocer y dirigir las vidas de los ciudadanos hace que seamos mucho más reacios a aceptar estas técnicas si no cumplen con unos determinados requisitos y garantías que aseguren el anonimato y la privacidad de los usuarios, el consentimiento y el tratamiento de la información para propósitos lícitos.
Esta preocupación por la seguridad ha disparado el uso de servicios de VPN en Estados Unidos y en Europa, además de dar un nuevo impulso regulador a determinadas resoluciones como la CCPA promulgada en california.
De estos mecanismos de control depende nuestra relación futura con estas tecnologías, y por desgracia, hasta ahora muchas veces no se han respetado. ¿Será el big data un aliado, o se convertirá en el temido Gran Hermano? ¿Servirá para reactivar la economía y mantener a raya al virus o para controlar y espiar a los ciudadanos? ¿Será una mezcla de ambas? Pronto lo sabremos.