Un artículo del Laboratorio de RTVE analiza cómo afecta la llegada de la Inteligencia Artificial al sector de los juguetes eróticos.
«Las robots sexuales son una nueva iteración de la misoginia», afirma Kathleen Richardson, profesora de Ética y Cultura de Robots e Inteligencia Artificial en la Universidad británica De Monfort.
Las personas que se deciden a comprar una muñeca sexual suelen hacerlo, a grandes rasgos, por dos motivos como señala Ángela Aznárez, psicóloga, sexóloga y terapeuta de parejas: «A gran escala, una muñeca sexual entraría en la categoría de juguete erótico, es decir, que se utiliza para potenciar la autosatisfacción y tener una vida sexual individual más variada. A su vez, puede tener utilidad para superar ciertas disfunciones sexuales, que se ven potenciadas en el momento de tener un encuentro sexual con otra persona. La muñeca haría de «puente» entre la autoestimulación «tradicional» y el contacto erótico con una persona de carne y hueso. También es útil en aquellos casos en los que la persona, por algún motivo, no tiene facilidad para acceder a tener este tipo de encuentros».
En la misma dirección apunta Judith Viudes, psicólaga y sexóloga: «Los juguetes sexuales son complementos, nunca sustitutos. Y ese es el límite. El sexo es de alguna forma otra habilidad social más, necesitamos interacción, contacto físico humano, compartir, comunicar… y no solamente a nivel físico sino que por supuesto, a nivel psicológico y emocional. Nuestro mayor órgano sexual es el cerebro y el placer pasa siempre por él».
Ya no son «muñecas hinchables», ahora traen implantados ordenadores capaces de conectarse a internet. La sexóloga Ángela Aznárez afirma que «el efecto más preocupante sería que se empezase a utilizar la muñeca para suplir el contacto y la interacción con otras personas, otorgarle un valor humano y pensar que tiene la capacidad de sentir emociones, que esa inteligencia artificial es similar a la humana, cuando no es así».
China, el mercado principal
Se suele argumentar que China, principal mercado de estas empresas, tiene un gran desfase entre el número de hombres y mujeres en su población debido a la política de «hijo único». Sin embargo, esa política solo se aplica al 35% de la población, y los índices públicos indican una proporción de 51% de hombres frente a un 49% de mujeres.
Judith Viudes, psicóloga y sexóloga explica las posibles razones de que los modelos masculinos no se vendan (incluso las mujeres compradoras eligen modelos feneminos): «El modelo masculino no triunfa por que los patrones excitatorios de la mujer son distintos de los del hombre. Por lo general, el patrón del hombre es mucho más visual que el de la mujer. Ellas, suelen fijarse más en la carga erótica de la situación como un todo, se centran en otras dimensiones más allá de la visual y su vía excitatoria es más compleja».
Según la evolución de la Inteligencia Artificial, no parece arriesgado afirmar que en unos años las muñecas sexuales podrán incluso mantener conversaciones. Según Ángela Aznárez, sexóloga, «siempre y cuando la persona que tenga la muñeca en su posesión tenga claros los límites, lo que es el objeto que tiene delante de sí, y no confunda a la muñeca con una persona de carne y hueso, no creo que sea necesario marcar límites. El problema es saber si se va a tener tan claro esto…».
El nivel de detalle llega a ser abrumador. Tanto, que casi se pueden encargar copias de personas reales. Ángela Aznárez, sexóloga: «Si pretendemos crear una muñeca a imagen y semejanza de otra persona, y comenzamos a pensar que es verdaderamente una sustituta de dicha persona…sería para empezar a considerarlo ‘peligroso'».
La empresa responsable de la fábrica de estas imágenes, ubicada en Dalian (la ciudad portuaria más al norte de China), oferta modelos con conexión a internet que pueden controlar aparados domésticos, e incluso reproducir música.
Polémica entorno a su uso para tratar la pedofília
«Es un asunto extremadamente delicado y en el cual se deberían de hacer más estudios e investigaciones, porqué el número de pedófilos es alarmantemente alto. Desde luego, una muñeca sexual no es un tratamiento que cambie la «orientación» sexual de los pedófilos hacia los niños y niñas, no es la solución. En vez de proporcionales una muñeca sexual aniñada, opto por la opción terapéutica de aprender a controlar según que tipo de impulsos sexuales», explica la sexóloga Judith Viudes.
La mayoría de las compañías del sector afirman no fabricar por debajo de esta estatura, para que las muñecas no tengan «perfiles aniñados». El máximo está en 180 centímetros.
Según la compañía, pretenden mejorar los modelos con reconocimiento vocal, expresiones faciales complejas y la capacidad de seguir con la vista al usuario.
«Investigaciones realizadas en 2004 por expertos de la Universidad de Emory (Atlanta, EE UU) hallaron que los hombres reaccionan como un muelle ante las imágenes porque estas activan la amígdala cerebral y el hipotálamo más intensamente que en las mujeres. Este es un instinto más desarrollado por el hombre, pues se basa en lo que observa para la excitación, mientras que la mujer aunque está viendo el mismo cuerpo desnudo lo que está valorando es la carga erótica de lo que observa», explica Judith Viudes.
Entre 14.000 y 18.000 dólares
‘Harmony’ el nombre de la autodenominada «primera generación» de este tipo de inteligencias artificiales, se vende por unos 15.500 euros.
No parece suficiente a la industria la satisfacción de las fantasías sexuales de sus compradores, sino que ‘Harmony’ ofrece bajo el nombre ‘Protocolo 40058’ la posibilidad de que la inteligencia artificial entre en un compromiso emocional con su dueño, para «amarlo para siempre».
El perfil de comprador es el de hombre viudo o que vive solo. Las mujeres representan un 30%, y también compran muñecas femeninas, aunque existan modelos masculinos.
«La sexualidad sigue siendo un tabú, y ni si quiera se ha normalizado el hecho de que la gente se masturbe, entre en sex shops, utilice juguetes sexuales…por lo tanto, creo que aún queda bastante para que se lleguen a ver como un juguete más», opina Ángela Aznárez.