Ética en el Big Data para proteger la democracia

El desarrollo de la tecnología está yendo muy por delante de las leyes y normas que la regulan. Uno de los casos más evidentes es su influencia en los procesos electorales de las democracias modernas.

El debate que comenzó con el boom de las fake news durante la campaña electoral de Estados Unidos, ha alcanzado otro nivel con las revelaciones sobre Facebook a raíz del escándalo Cambridge Analytica. Las informaciones publicadas por The Guardian sobre la utilización de datos por una empresa de marketing electoral, han acabado con Marck Zuckeberg testificando ante el Congreso de EEUU para dar explicaciones -y pedir disculpas- por el uso que la empresa ha hecho de los 2.500 millones de usuarios que tienen abiertas cuentas en la red social.

A día de hoy es complicado valorar el impacto real que los datos personales obtenidos por Cambridge Analytica ha tenido en la elección de Donald Trump y en la campaña del Brexit, pero el hecho de que tales amenazas a la democracia sean posibles demuestra que la sociedad carece de una formación adecuada para protegerse de su creciente dependencia del almacenamiento de datos. Si la política y las campañas electorales han pasado a regirse por logaritmos y bases de datos, serán necesarias regulaciones y normas éticas que los guíen. El problema es que el debate público y los legisladores parecen ser más lentos y menos eficaces que la industria.

Un ejemplo es el modelo de negocio que ha llevado a Facebook a convertirse en un gigante internacional. Gran parte de los beneficios de la plataforma dependen de inducir a sus usuarios a compartir información personal -lo que la propia empresa ha llamado “transparencia radical”- además de mantener la atención del internauta el mayor tiempo posible para poder comercializar espacios publicitarios. Según explicó el propio Zuckerberg en 2010, para él la privacidad ya no era una “norma social”.

Las consecuencias de la visión de Zuckerberg sobre la transparencia comienzan a ser visibles en múltiples facetas de la vida social. Información íntima de 87 millones de usuarios estaba a disposición de empresas y operativos políticos cuyo objetivo era manipular las opiniones políticas, los hábitos culturales y los patrones de consumo de esos mismos usuarios. Dicho de otra forma, las plataformas que se convirtieron en depositarias de todo tipo de datos personales convirtieron esa información en una mercancía comercializada sin el conocimiento de los interesados.

Sin mecanismos de prevención

Nuestro enfoque sobre la ética en el mundo del Big Data ha sido desde el principio de Internet fundamentalmente reactivo. En otras palabras, las investigaciones, las multas y las disculpas aparecen sólo después de que el daño ya esté hecho (y revelado). Durante años, las empresas se han defendido de cualquier responsabilidad argumentando que la tecnología es neutra y que el usuario es responsable en última instancia del uso que se hace de las redes. Llegados a este punto, gobiernos de todo el mundo comienzan a rechazar este axioma y a reclamar responsabilidad e implicación. En la misma comparecencia ante el Congreso Zuckerberg sostenía que “es inevitable que haya alguna regulación” de internet, aunque “hay que ser cuidadoso acerca de qué regulación se pone en práctica”.

Una ética adecuada del Big Data hoy en día debe incluir, además de políticas reguladoras, cuestiones culturales, comenzando por la educación en institutos y universidades, lo que implica que se reflexione sobre las tecnologías ligadas al Big Data a medida que se crean, no después de que ya hayan perfilado, categorizado y aplicado a millones de personas. Y no sólo la opinión pública: los estudiantes que más tarde se convertirán en talentos de la industria tecnológica también deben conocer los fundamentos del diseño ético aplicado en las tecnologías que algún día aportarán a la sociedad.

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